jueves, 22 de mayo de 2008

Los chicos, los padres, los límites

Paulina Delmonte
Artículo registrado en la Propiedad Intelectual.


Introducción


“…Esos locos bajitos que se incorporan
Con los los ojos abiertos de par en par,
Sin respeto al horario ni a las costumbres
Y a los que por su bien hay que domesticar…”
J.M.Serrat

Este artículo es en parte, el relato de mi experiencia como psicóloga ya que en los espacios institucionales en los que me desenvuelvo, soy demandada con mucha frecuencia por los adultos (padres y educadores) en relación a la falta de registro de los límites por parte de los chicos. El comentario es “no obedecen”, “ya no se que hacer con él, me agota”, Estas situaciones terminan dando origen a sentimientos de enojo, impotencia y sufrimiento.
Por otra parte, debemos pensar en cuánto afecta a los chicos esta imposibilidad en “limitar”; porque la “puesta de límites “es determinante en la vida emocional de los niños, tanto en el presente como en el futuro.

En otros momentos históricos esta demanda era casual, obedeciendo a situaciones puntuales que podían resolverse en algunas entrevistas donde se realizaban determinados señalamientos en relación al sistema familiar. Si la situación era muy grave, el chico “entraba” en tratamiento y la familia recibía orientación en relación al niño .Es interesante aclarar que en ese momento histórico, en la Modernidad, los valores provenían de una organización social y económica sólida, con aspectos estables y con una impronta muy fuerte en torno a la ley, al bien y al mal. En lo político existía un Estado presente, paternalista y protector.
Para contextualizar un poco, pensaremos que algunos de los cambios como lo son las economías flexibles y la altísima influencia de lo mediático, propios del momento histórico que nos atraviesa, llamado Posmodernidad empujaron a otros cambios o intentos de acomodamiento a nivel sociológico y psicológico. La Posmodernidad trae aparejado la pérdida del concepto “infancia” como la pensábamos en la Modernidad.
Para pensar un ejemplo de la ficción: antes, Batman, un héroe de la Modernidad era un justiciero que tenía “poderes” y buscaba vengar la muerte de sus padres.El mundo de los justicieros era un mundo ordenado en el que había ley, justicia y valores. Ahora en la serie de las chicas Súper poderosas no hay valores sino puros poderes que se juegan en situaciones de acción. Tienen poderes otorgados por la tecnología. Antes, había trama, ahora hay solo acción. Batman, Robin, buscan la justicia o se transforman en justicieros para vengar la muerte de sus padres, son justicieros causados por la orfandad. En las series que el mercado les ofrece a nuestros chicos, el mundo es más caótico y no siempre queda claro de que lado están los superpoderosos, si del lado del bien o del lado del mal porque habitan situaciones en donde no hay ley.[1]


Pensemos también que la posmodernidad produjo una sociedad muy narcisista en la que a veces, los padres educan a los chicos centrados en si mismos en lugar de atender las
necesidades de éstos. El narcisismo, dicho de una manera muy simple, es un momento evolutivo en el que solo se ama la imagen de uno mismo, en alusión al mito de Narciso.
Podemos observar que los padres sienten temor de producir frustración en los niños y en el momento de poner límites y disciplina existe miedo de marcar las diferencias y la asimetría en el vínculo. “Soy amigo de mi hijo” o “quiero educarlo en libertad como no lo hicieron conmigo”, o “Me da pena, pobrecito, no nos vemos en todo el día”, “me compra, me seduce y ya no puedo decirle no”, son algunas de las expresiones que se suelen escuchar a menudo por parte de los padres.



Aprendiendo a ser padres

Cuando el niño nace, debe ser investido libidinalmente por los padres de modo tal que se sienta seguro en un mundo que le es hostil en relación a su extrema fragilidad.
Que quiere decir “investido libidinalmente”? quiere decir cubierto de amor, de protección, acompañado por una mirada que lo haga sentirse amado. Deben existir gestos paternos que respondan adecuadamente a sus necesidades o a su malestar: hambre, sueño, frío, dolor, necesidad de contacto físico. Este momento es básico en la constitución de su subjetividad y se lo denomina “narcisismo”.
A medida que el niño va creciendo, va ampliando su mundo, su universo. Va incorporando de a poco “el afuera”, las cosas de la realidad. Comienza a descentrarse de si mismo; explora su cuerpo y más allá de su cuerpo también…conoce el mundo “llevándose todo a la boca” por ejemplo….y creciendo y creciendo aprende a decir “no”, lo hace alrededor de los 2 años, con un gesto, moviendo la cabeza en principio y acompañado luego con la palabra “no”. Implica un momento importante en su desarrollo ya que es una primera reafirmación de su individualidad, de su incipiente personalidad.

A medida que continua su crecimiento, el niño se encuentra con otros “no”, son los “no” dichos por sus padres o por otras personas que los cuidan , por ejemplo en relación a los peligros externos (gas, electricidad, etc.), protegiendo su integridad física. Pero también se enfrenta con otros “no” muy dolorosos, los que impone la cultura, la sociedad a través de sus padres y luego de sus maestros.
¿Qué pasa con esos “no”?
Esos “no” son los cuidados en los que podemos pensar cuando hablamos de límites.
Son tan importantes para el desarrollo del niño como lo fue aquel “no “inicial; el que dijo él y que nos motivó ternura, sorpresa, asombro, tal vez.
Poder decirle a nuestro hijo “no” y sostenerlo es en principio poder tolerar su enojo, su rechazo momentáneo. A quién le gusta sentirse limitado en sus impulsos, en sus ganas? Y cuando digo poder tolerar me refiero a tener una estructura interna que soporte el enojo, el malestar, el odio del hijo. Aquí es donde los padres tienen que hacer una renuncia importante al propio narcisismo, es decir, ir más allá del sentimiento que tan a menudo los habita y que se traduce en el temor a la pérdida del amor de los hijos. Este, a veces, es un miedo común en los adultos que remite a un momento frágil e infantil: el temor a la pérdida del amor de los propios padres. Me refiero a un temor inconsciente que se proyecta en los hijos y que a veces transforma la relación ya que los padres pierden autoridad frente al niño.
Es que ese “amor primero” el que sostuvo y formó al bebé en su indefensión se tiene que ir transformando, para que éste “despegue” de los padres y comience de a poco a conquistar el mundo, a conocerlo, a poseerlo. Lo duro, y de allí la renuncia, es tolerar que en ese mundo conquistado los padres ya no sean más el centro. Los padres aprenden a ser necesarios pero no imprescindibles. Una herida más al narcisismo!
Pero el amor verdadero, el más auténtico, es el que tiene en cuenta al otro, el llamado “amor objetal” que es el que oponemos al “amor narcisista” (amor a si mismo, o al hijo en tanto es parte del padre). El amor objetal, es el amor que prioriza al hijo: sus deseos, su posibilidad de crecimiento que incluye la tolerancia a la frustración y que hace al padre capaz de amarlo tanto hasta poder renunciar.



¿Renunciar a los hijos?

Cuando la madre da a luz, cuando pare a su hijo, lo saca de su cuerpo para que viva, el bebé atraviesa el canal de parto y se despide para siempre de ese nido, de esa protección que le brindó la madre…y la madre también se despide para siempre de “ser una panza”, “de ser uno, los dos una misma persona.”. Como es lógico, los cuidados son trasladados al bebé, por fuera de ese útero protector. Ya hablamos de un “adentro” y de un “afuera”, incipientes pero diferenciados al fin., ya hablamos de cierta “distancia”…
Esta es una metáfora, la del parto, que acompañará a la madre, en principio y luego al padre durante toda la vida porque siempre hay que volver a parir al hijo, siempre; no alcanza con ese pujo inicial que lo sacó al mundo, al afuera. A medida que el hijo crece, los padres van marcando distancias, van “habilitando” al hijo, para que tenga otros intercambios, sociales y amorosos, van pariendo el hijo para la sociedad, para la cultura.
La cultura exige renuncias, límites. Nadie puede hacer lo que quiera siempre, nadie puede satisfacer los impulsos siempre; nuestro hijo tampoco!!
Como puede observarse, limitar a los hijos, decirles “no” es un trabajo muy arduo. Es un trabajo que no puede resumirse en “fórmulas” ni en recetas ya que el limite es producto de una elaboración interna, de ese amor al otro (amor objetal) del que venimos hablando.



Los hijos tienen el mismo trabajo: renunciar a los padres

Hablamos de la metáfora del parto, de cierta distancia (no hablo de desapego ni de falta de interés, si no de cierta distancia), marcada por los padres en relación al hijo. Es pertinente incluir también las vivencias infantiles en torno al crecimiento. El niño comienza a conquistar el afuera, a socializarse; esto sucede alrededor de los 3 a 5 años. Es en este período que atraviesa el tan divulgado “Complejo de Edipo”. La historia parece un cuento ingenuo, pero no lo es. Los padres están familiarizados con el tema, es común escucharlos decir: “mi hija quiere ser la novia de mi marido o “el varón me dijo que cuando sea grande se casará conmigo”. Y cuanto hay de verdad en lo que dicen los padres, y cuanto de verdad hay en lo que dicen los hijos!
Ese es el núcleo del Complejo de Edipo. Estar “enamorada” del padre y rivalizar con la madre, en el caso de la niña o estar “enamorado” de la madre y rivalizar con el padre en el caso del varón. Tendríamos que pensar ahora cómo se resuelve el conflicto, cómo se sale de él.
El niño debe renunciar al padre o a la madre según sea el sexo y aceptar que esa mamá o ese papá no le pertenecen. Mamá es la esposa de papá y papá es el marido de mamá. La vicisitudes de esa renuncia son altamente complejas y tal vez demasiado “técnicas”como para ser expuestas aquí. Pero sí podemos decir que una resolución adecuada implica renunciar a esos vínculos primeros, cercanos, como son los padres y sentirse habilitados para buscar el amor y la realización personal, por fuera de la familia. Como resultado de tan compleja operación, el niño renuncia a que su único amor sea el padre /madre e instala en su psiquismo, en su interioridad la ley, la prohibición. Los padres transmiten la prohibición pero también una “habilitación”, una salida. “Con mamá o con papá no podés, pero si con otro, con alguien de afuera”.
Esto lo dice el padre, o la madre, no importa demasiado quién: esa ley que el niño asimila, está en directa relación con la renuncia a sus padres como objetos de un amor posesivo, único. Es la ley que trasladará a otros ámbitos: al jardín, la escuela, la cultura, “obedeciendo”, aceptando las normas, los límites. Si el proceso fue exitoso, el niño es capaz de soportar los límites sin demasiados desafíos ni cuestionamientos. Se ha instalado el “Superyo” que al decir de Freud es “el heredero del Complejo de Edipo”. Qué significa esto? Dicho en forma simple, el niño acepta “no hago lo que quiero, hago lo que debo”. Superada la etapa edípica, aparece esta instancia, el Superyo (alrededor de los 6 años), vinculada con la renuncia, con la ley y con la prohibición pero también con el permiso, con otra opción. Es una instancia básica para que el niño se instale exitosamente en la sociedad, en la cultura. Con el correr del tiempo, en otra etapa, la adolescencia, se abrirá nuevamente el conflicto. Pero en este espacio, solo lo enunciaremos.

Recuerdo que en un taller para padres en que trabajábamos el tema, uno de ellos me preguntó: “Los padres, podemos ayudar a los hijos para que su superyo se forme adecuadamente?” Fue una pregunta muy compleja para responder por “si” o por “no”, ya que existen circunstancias que también van a depender del niño. Pero en términos generales podemos decir que si. En efecto, si los padres pudieron ir acompañando el proceso de los hijos y teniendo en claro sus propias renuncias,(de las que hablamos anteriormente), si ellos mismos han incorporado los límites sin sentirse sometidos por eso, si son claros y lo “suficientemente buenos” (no del todo buenos), si su vida es rica como para tener otros intereses más allá de los hijos, si los hijos no son utilizados para proyectar las frustraciones, los anhelos ni las aspiraciones que ellos no pudieron concretar…diríamos que los padres pueden ayudar. Pero como comentábamos anteriormente, no hay fórmulas y como dice la canción “con la leche templada, le trasmitimos también nuestras frustraciones…”
Es por ello que estas cuestiones no se logran de “una vez y para siempre” si no que son conquistas permanentes que remiten a un trabajo interno constante y que realizadas en forma grupal, son efectivas ya que los padres se sienten más acompañados porque se producen identificaciones y también aperturas creativas.



Trabajo de padres con otros padres

El trabajo en soledad suele ser arduo y angustiante. Es más fácil aprender con un otro que nos enseña y al que también le enseñamos.
Es en este contexto, que surge la idea de los “talleres para padres”. Agotados los abordajes más tradicionales, pensé en una propuesta en la que los padres tengan una participación activa, vivencial, lejos de los “discursos” y las charlas teóricas que remiten a pensar que la verdad la posee el “especialista”. En realidad, la principal finalidad de los talleres es acompañar a los padres a “dar a luz” sus verdades. Se trata de generar el espacio y propiciar el armado de un lazo social en un mundo invadido por un creciente individualismo, aislamiento y escasa comunicación.
El especialista en Grupos René Kaés dice “el vínculo intersubjetivo cura”. Es así; nos pensamos como padres sostenidos y ayudados por las experiencias de otros padres. Es posible aprender y construir junto a otros.
Armar estas redes ayuda porque en nuestra sociedad posmoderna en la que los vínculos se fragmentan empujados por la paradoja de la globalización y la influencia de lo mediático, si no “marca” la familia, no “marca” nadie a nuestros chicos. El Estado y las instituciones perdieron su capacidad para instituir. Esto significa que son impotentes para producir reglas, sentido y protección, desfavoreciendo lo “instituido”, que ya no existe porque no existe un estado paternalista ni protector que contribuya a la formación de las personas. En la actualidad, el niño corre el riesgo de perder su condición de persona para transformarse en un consumidor, un usuario más.

Hablando de “marcas” resulta de interés mencionar, a modo de ejemplo, como en uno de los talleres surgió el tema del nombre de los niños. Los padres comentaban el significado, el gusto o la preferencia por determinado nombre Comenzamos a trabajar que “nombrar” a los hijos, darles identidad no es un acto casual si no que responde a motivaciones más o menos concientes. Comentaré algunos ejemplos:
“Yo le puse Matías por la tira de Sendra, “Yo, Matías”. Me encantaba, quería que él fuera así...” y efectivamente cuando tuve la oportunidad de conocer a ese Matías pude comprobar que era una especie de niño “sabelotodo”, con un altísimo cuestionamiento a las normas institucionales y por cierto muy inteligente y original…; como sus padres querían…Otro padre comentó que llamó a su hijo con el mismo nombre (Matías) porque le parecía dulce, pensaba en un niño querido y aceptado por todos, obediente…y el niño respondió a esa inquietud.
“Yo lo llamé Julio César. Quería un nombre de emperador”. Comentaba una mamá que optó por ese nombre para que el niño supiera defenderse del mundo. Julio César se defendía con tanta decisión que la llamaban del jardín muy a menudo comentándole que golpeaba a otros niños, aún en la cabeza, pateándosela. La madre recordó que cuando ella era pequeña, su madre en pleno ataque de furia, la golpeaba justamente en la cabeza.
Como podemos observar, los nombres también están relacionados con “mandatos” o con “ideales” que los padres depositan en los hijos y que “marcan” el límite o el no límite, el aceptar las normas o el transgredirlas.



Cuestiones de sentido común

Si bien se dijo anteriormente que no existían fórmulas, si se puede hablar de ciertas generalidades en cuanto a la puesta de límites y a disciplinar a los chicos., sin que esto se traduzca en un recetario.
- Los chicos tienen que saber que hay una ley y que con su accionar la trasgredieron.
- Tienen que saber también que esto tiene consecuencias que deberán asumir
- Los padres no pueden poner un límite que será imposible de sostener. Ej: “No vas a mirar televisión durante un mes”. No puede aislarse a un niño del funcionamiento familiar. La televisión es otro tema interesante que el encuadre de este trabajo no me permite abordar.
- Los padres tienen que acordar entre ellos. No pueden existir “fisuras”.
- Los padres tienen que limitar en función de la falta que ha cometido el hijo. A una falta una sanción proporcional.
- Los padres tienen que saber que los límites son puestos acorde a la edad por la que atraviesa el niño y a su capacidad para la comprensión.
- Los padres tienen que limitar a los hijos en función de un aprendizaje de los mismos y no de impulsos o conveniencias adultas. El “chirlo en la cola” es un lenguaje violento que solo muestra la impotencia de los adultos.
- Los padres deben pensar que el sentimiento de culpa, que a veces acompaña una sanción es un tema personal que ellos deben analizar. El mismo no debe incidir en las conductas que adoptan con los chicos.
- Los padres tienen que plantearse que dar demasiadas explicaciones o justificaciones frente a un límite hace perder su eficacia.
- Los padres deben trasmitir firmeza y autoridad en el enunciado del límite ya que los niños necesitan de una figura “fuerte” que los pueda contener.
- Los padres no deben “amenazar” a los hijos. Al tomar una decisión, lo que dicen tiene que ser sostenido y concretado.
- Los padres no deben utilizar el sistema de “premios” para alivianar el efecto de la puesta de límites.
- Los padres tienen que saber que la puesta de límites, tranquiliza al niño ya que lo circunscribe a un mundo acotado, propio del momento evolutivo por el que atraviesa.
- Finalmente, los padres tienen que saber que el límite es una de las formas del amor hacia los hijos.

Notas:

[1] Corea y Lewkowicz. Pedagogía de Aburrido. Cáp.14


Referencias bibliográficas:

- Freud, S. Obras Completas, Introducción al Narcisismo. Buenos Aires. Amorrortu, 1993.
- Berenstein, I. Familia y enfermedad Mental. Buenos Aires. Paidós, 1987.
- Corea y Lewkowicz. Pedagogía del Aburrido. Buenos Aires. Paidós.2004.
- Corea y Lewkowicz. ¿Se acabó la infancia? Buenos Aires. Lumen/Hvmanitas, 1999.
- Kaés, R. Las teorías psicoanalíticas del grupo. Buenos Aires. Amorrortu, 2000.
- Hargreaves. Profesorado, cultura y postmodernidad. Madrid. Ediciones Morata, 1999.